viernes, 19 de septiembre de 2014

CONTAMINACIÓN QUE NO SE VE


Un Mensaje a la Conciencia

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19 sep 14

CONTAMINACIÓN ELECTROMAGNÉTICA
por el Hermano Pablo

Takeo Juruna hacía su recorrido habitual por la enorme planta. Era el guarda nocturno de una fábrica electrónica de Tokio, Japón. Estaba rodeado de maravillas electrónicas como los robots, que siguen haciendo perfectamente su trabajo aunque ningún operario los maneje. Juruna se sentía orgulloso de trabajar allí.

De pronto un enorme brazo de hierro realizó un movimiento totalmente fuera de orden. Tomado por sorpresa, el hombre no pudo esquivar el golpe. Quedó muerto en medio de los robots. ¿Qué había pasado? Una interferencia electromagnética había afectado al robot y lo había llevado a realizar un movimiento totalmente desordenado.

«Fue una niebla electrónica —explicaron los técnicos—, una contaminación electromagnética que afectó al robot.»

He aquí una nueva contaminación, de las muchas que ya hay en la tierra. La «niebla electrónica» o «contaminación electromagnética» se produce por el funcionamiento de juegos de video, amplificadores caseros, teléfonos portátiles y muchos aparatos electrónicos más. Esta contaminación puede afectar los robots de las fábricas, y prácticamente «volverlos locos».

Está comprobado que el hombre contamina todo lo que toca: aire, ríos, lagos, mares, atmósfera y estratosfera. Contamina el comercio, la política, la religión y la moral. Contamina también el amor, el hogar y el matrimonio, así como a los niños y a la juventud. Contamina la mente, el corazón y el alma.

Con razón hay quienes dicen que esta vida es un martirio. Todos contaminamos lo que nos rodea y luego nos extraña que todo nos vaya mal. Le pedimos a Dios el milagro del socorro y luego nos extraña que Él no corresponda a nuestro clamor, cuando somos nosotros mismos los que producimos los males que nos acosan. Sembramos odio, rencor, ira y contienda, y cosechamos agonía, dolores, sufrimientos y muerte.

¿Podrá haber algo que quiebre esa secuencia fatídica de acontecimientos? Sí, pero sólo en el sentido individual, no colectivo. La persona que desea quitarse de encima las consecuencias que la están acabando debe tener un cambio de corazón. Eso lo produce sólo un profundo arrepentimiento. Si nos arrepentimos de corazón, Dios cambiará nuestra vida.

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martes, 16 de septiembre de 2014

MATRIMONIO PARA SIEMPRE


Un Mensaje a la Conciencia

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16 sep 14

DE CADA DOS, UNO FRACASA
por el Hermano Pablo

Oskar y Janet Sinclair, feliz pareja de recién casados, se despidieron de los invitados y partieron para el aeropuerto. Su luna de miel había de ser en Alaska, el estado de intensos cielos azules, de aguas heladas y de nieves perpetuas.

Llegaron a Anchorage, la capital, y a la mañana siguiente hicieron su primer paseo. Al ver un hermoso prado verde, decidieron correr hacia él. Lo que no sabían era que ese bello tapiz vegetal era, en realidad, arenas movedizas, esa peligrosa sustancia de arena suelta, mezclada con agua, que tiende a chupar hacia adentro cualquier objeto que la pisa. Fue así como desaparecieron lentamente en el aguado suelo. Murieron abrazados, al segundo día de casados, en un húmedo lecho de arenas movedizas.

Esta es una historia triste, aunque no del todo. Dos personas que se habían jurado amor eterno murieron sin haber nunca faltado a esos votos.

¿De cuántos matrimonios, hoy en día, se puede decir que terminaron sus días sin faltar a sus votos? La respuesta es asunto de estadística: de cada dos matrimonios, uno termina en divorcio.

El caso de Oskar y Janet se presta para varias reflexiones. Una es la ya mencionada. Fueron fieles el uno al otro hasta el fin de su vida. «Pero —objetará alguien— es porque murieron al día siguiente de haberse casado.» El que así piensa da a entender que lo único que asegura la fidelidad hasta la muerte es morirse tan pronto como se casa, pues los que viven algún tiempo juntos están destinados, tarde o temprano, al divorcio.

Es realmente triste, hasta deprimente, pensar que todo nuevo matrimonio se desbaratará, irremisiblemente, a los pocos días o años de casados. ¿Será esa una fórmula inevitable? ¿Acaso no existe un matrimonio feliz que sea duradero?

Claro que sí. Porque no todo matrimonio termina en divorcio. Es posible llevar una larga y feliz vida matrimonial. Los que hemos celebrado nuestras bodas de oro por haber permanecido casados más de cincuenta años —y algunos hasta más de sesenta años— podemos dar testimonio personal de eso. Cada año que pasa nos depara la oportunidad de reafirmar nuestro amor y nuestra felicidad.

Sin embargo, es necesario que haya una transformación y que esa transformación sea tan profunda que aniquile toda soberbia, rebeldía, orgullo y egoísmo. Cristo es el único capaz de transformarnos de ese modo. Pero tenemos que pedírselo. Él no transforma a nadie por la fuerza. Rindámosle nuestra vida a Cristo. Así en lugar de asegurar el fracaso de nuestro matrimonio aseguraremos más bien su triunfo.

martes, 9 de septiembre de 2014

CUANDO SE DESTAPAN LAS CLOACAS

CUANDO SE DESTAPAN CLOACAS
por el Hermano Pablo

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Se había desatado una nueva ola de delitos, una nueva ola de robos. Los ladrones habían empezado a robar las tapas de hierro de las cloacas, y luego vendían el metal como chatarra. La ciudad de Beijing, China, en particular, estaba sufriendo triple perjuicio.

El primer perjuicio era el robo de las tapas, que tenían que ser repuestas. El segundo era la cantidad de peatones y ciclistas que caían dentro de las cloacas. Y el tercero era el olor nauseabundo de las aguas negras que emanaba por toda la ciudad.

Donde se amontona la gente, proliferan los delitos. Y entre los delitos más comunes y más perturbadores está el robo. El detrimento es tal que ya no se puede vivir seguro en ninguna parte. Y ahora se añade a estos delitos el destape de cloacas.

Algún tiempo atrás comenzó en Madrid, España, lo que allí llamaron «El destape». Pronto se había extendido a muchos países de América Latina. ¿Qué era el tal destape? Suponía ser la liberación del espíritu humano, aprisionado por tradiciones religiosas. Pero resultó ser la introducción de toda clase de literatura. En realidad lo único que destaparon fue la cloaca de la naturaleza pecaminosa humana. Los quioscos de Madrid, y del mundo, se llenaron de revistas nocivas y pornográficas.

¿Qué ocurre cuando se destapa la mente del hombre? ¿Qué sale a la luz cuando se descartan restricciones de decencia y moralidad? Basta recoger el periódico del día, o encender el televisor, o abrir las páginas de una revista o entrar por las puertas de un cine. Es igual que abrir una cloaca y poner al descubierto lascivia, engaño, falsedad y violencia.

Cuando se destapa la mente del hombre, se expone todo lo que hay en su corazón. Y si ese corazón no ha sido purificado, lo que sale es putrefacción e inmundicia. Ya lo decía Anatole France, el novelista francés: «Si a la sociedad le diéramos vuelta, como a una media, nos moriríamos de consternación y de asco.»

A pesar de todos los logros de la humanidad, el hombre todavía no se ha limpiado de su vieja corrupción. Si en los consultorios de los psiquiatras se barriera todo lo que vuelcan los pacientes, se sacarían toneladas de basura.

No obstante, todo el que lo desee puede ser purificado. Hay limpieza total, efectiva y gratuita al alcance de cualquiera. La Biblia dice que la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado (1 Juan 1:7). Cuando creemos en Cristo y nos sometemos de lleno a su señorío, Él limpia por completo nuestro corazón. No existe en el mundo entero un gusto más grande que sentirnos limpios por dentro. Eso es lo que hace Cristo. Rindámosle hoy nuestro corazón.

lunes, 1 de septiembre de 2014

«CUANDO EL INFIERNO ABRIÓ SU BOCA»

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«CUANDO EL INFIERNO ABRIÓ SU BOCA»
por el Hermano Pablo

Era un simple tubo de metal. Pero era un tubo que transportaba petróleo venezolano. El tubo estaba al descubierto, a unos 500 kilómetros al sureste de Caracas. A fines del mes de diciembre, un autobús se salió de la ruta y chocó contra el tubo, y el tubo estalló.

En cuestión de segundos, el vehículo se vio envuelto en enormes llamas. Treinta personas perecieron en aquel infierno. Alberto Restán, un joven pasajero que por milagro escapó vivo, dijo a los diarios: «La gente gritaba desesperadamente cuando se produjo el choque. Pero cuando el infierno abrió su boca, cesaron todos los gritos.»

«Cuando el infierno abrió su boca.» La frase es impactante. Por eso se usa con frecuencia en la literatura universal. La boca del infierno representa todo peligro genuino, toda amenaza verdadera, todo acto de maldad desatada y toda violencia incontenible.

En este sentido hay muchas situaciones simbólicas en que el infierno abre su boca. A veces es la puerta de una cantina adonde el padre de familia va a gastar el dinero de la semana. A veces es un negocio turbio donde el hombre deja enterrada integridad, conciencia y moral.

A veces lo que debiera ser lo más bello en esta vida, el matrimonio, resulta ser no sólo la boca del infierno sino el infierno mismo debido a insolencias y hostilidades. El orgullo y la rebeldía deshacen el hogar, quebrantan a los niños y convierten en llamas de horror lo que comenzó siendo nido de amor.

Somos nosotros los que provocamos nuestros infiernos. Es increíble el mal que nos hacemos a nosotros mismos. Creemos que cuando nos imponemos, forzando nuestra opinión y exigiendo que se respeten nuestras disposiciones, salimos ganando. Pero es todo lo contrario.

¿Por qué habrá tanta disensión en el mundo? ¿Por qué será que hermanos se matan unos a otros? ¿Por qué los recién casados, que comenzaron con las más grandes ilusiones de amor, llegan a odiarse? Por una sola razón: la rebeldía y el egoísmo. ¿Cuándo reconoceremos que el problema lo somos nosotros mismos?

El día en que nuestro mayor anhelo sea agradar a Cristo agradaremos a los que están a nuestro lado. Con eso estaremos, también, agradándonos a nosotros mismos. No nos sigamos destruyendo. Arreglemos hoy mismo nuestras cuentas con Dios. La paz con Dios trae paz a nuestra alma

viernes, 29 de agosto de 2014

SUICIDIO DE PERROS


Un Mensaje a la Conciencia

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29 ago 14

¿SUICIDIO DE PERROS?
por el Hermano Pablo

Primero fue un solo perro: un perro que se lanzó hacia abajo desde las barrancas del Río Paraná, en Rosario, Argentina. Se pensó que era un accidente, hasta que sucedió con otro perro, y otro, y otro. En el transcurso de un año hubo más de cincuenta perros que se lanzaron desde esas pintorescas barrancas de treinta metros de altura. Por eso la gente empezó a hablar de suicidios de perros.

Los expertos, sin embargo, dijeron que no, que ningún perro piensa en suicidio. La conclusión a que éstos llegaron fue que a los canes los engañaron ondas ultrasónicas, ya sea las que emiten los pájaros que pasan volando cerca de las barrancas o las que producen las lanchas rápidas que pasan por el río. No existe —sostuvieron los investigadores— el suicidio de perros.

Los expertos tenían razón. Los perros no se suicidan. Tampoco se suicidan los caballos, ni las vacas, ni los gorilas ni los tigres. No se suicida ningún animal, por mal que le vaya, porque no se le ocurre. Es más, el animal, sin saber que es un ser creado, respeta demasiado al Creador para hacer eso.

¿Quién se suicida? El hombre, que tiene conciencia, corazón y sentimientos. Se suicida el hombre que ve frustrados sus sueños, que pierde sus esperanzas, que huye de la ansiedad.

Se suicidan los que tienen una carga de conciencia porque han cometido un crimen y comprenden lo terrible del hecho. Se suicida el millonario que ha perdido toda su fortuna. Se suicida el político que ve hundidas sus aspiraciones. Se suicida el pobre que no le ve salida a su condición.

Pero no lo hace ningún animal. Son los hombres y las mujeres, los jóvenes y los niños, a quienes la carga de la vida se les hace insoportable, los que recurren al suicidio pensando que así aliviarán sus penas.

Con tantos problemas que hay en la vida, ¿qué impide que se suicide una persona? Que tenga temor de Dios, con Jesucristo como Señor y Dueño, y por consiguiente confianza absoluta en el mañana. A tal persona el futuro no se le hace insufrible. Por negras que sean las nubes, siempre tiene esperanza.

Los que tenemos fe en Cristo y nos hemos entregado de lleno a su divina voluntad tenemos con qué soportar la calamidad. Cuando Cristo es nuestro amigo, no andamos solos. Como fiel compañero que es, nos acompaña, nos protege, nos consuela, nos levanta el ánimo y nos libra de la desesperación.

Encomendémosle nuestra vida a Cristo. Él cambiará nuestro dolor en gozo y nos dará esperanza para el futuro.

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